Seis fotógrafos españoles interpretan el tema de la recreación particular del ser contemporáneo en las cosas que habitan su espacio vital íntimo.
Fotógrafos participantes: Martín Francés, Fran López Bru, David Jiménez, Jorge Lens, Pedro Gómez y Jana Leo
La exposición que ha preparado Rafael Doctor de seis jóvenes fotógrafos
españoles es un buen ejemplo de las líneas de investigación en las que se
mueve la fotografía española en este momento y una explicación de lo que
supone la mirada artística a finales del siglo XX.
Con objetos cotidianos como protagonistas y con procedimientos técni-
cos sin excesiva complejidad, los seis fotógrafos de la muestra se mueven
en el finísimo filo de navaja que va de la banalidad al sentido. Para unos,
las fotos que reúne este catálogo serán ejemplo de un arte ensimismado
con sus propios problemas e incapaz de salir de sí mismo, para otros,
el hecho de poner a hablar a los objetos que nos rodean y tal como nos
rodean es, en sí mismo, una búsqueda de lo inefable en lo cotidiano.
El arte del próximo milenio, democratizado y masivo, se anuncia más
como un arte de recorridos, de búsquedas y de encuentros fugaces, que
como un arte de hallazgos. Hoy en día cualquiera puede hacer arte si está
dispuesto a descubrir, a descubrirse y a asumir los riesgos de tal actívidad.
Agustín Martín Francés, Fran López Bru, Pedro Gómez, David Jiménez,
Jorge Lens y Jana Leo nos anuncian con sus fotografías que el arte es una
actitud y que lo que «buscan entre la maleza» es reconciliarse con ellos y
entre ellos mismos. De los encuentros que se produzcan deberá hablar el
público.
Fernando Villalonga
Secretario de Estado para la Cooperación Internacional y
para lberoamérica y Presidente de la Agencia Española
de Cooperación Internacional.
Nombre: Andar por casa: 6 fotógrafos españoles
Fechas: 24 noviembre – 31 diciembre de 1997
Produce: Agencia Española de Cooperación Internacional / Instituto de Cooperación Iberoamericana
Director de exposiciones del AECI: Lorenzo Díez Calabuig
Comisario de la exposición: Rafael Doctor Roncero
Fotógrafos participantes: Martín Francés, Fran López Bru, David Jiménez, Jorge Lens, Pedro Gómez y Jana Leo
Texto: «Las simples cosas», de Rafael Doctor Roncero
Diseño del catálogo y cartel: Jana Leo y Pinteño Fontecha, S.L.
Enmarcado y embalaje: Exmoarte, S.L., Madrid
Fotomecánica: Rafael, SL, Madrid
Impresión del catálogo: Gráficas Muriel, S.A., Madrid
Impresión del cartel: Jomagar, S.L., Madrid
Depósito Legal: M-15082-1997
Las Simples Cosas, por Rafael Doctor Roncero
En la actualidad habitamos lugares que suponen extremidades de
nuestra propia persona y de nuestra propia vida. Distribuimos nues-
tro espacio vital con una inmensa cantidad de cosas, importantes o
superfluas, y configuramos un mundo propio que sólo nos pertene-
ce a nosotros. Cosas, cantidad de cosas que amontonamos, que dis-
tribuimos, que colgamos en las paredes; cosas con las que dialoga-
mos diariamente, con las que pasamos gran parte del tiempo de
nuestras vidas; cosas que por su constante presencia se convierten
en parte esencial de nuestra particular existencia.
Esta exposición parte del tema de la recreación particular del ser con-
temporáneo en las cosas que habitan su espacio vital íntimo. El ser
humano, por su sedentarismo, en toda su historia ha pasado mucho
tiempo de su vida en lugares que ha entendido como propios.
Desde las cuevas a las cabañas y finalmente a las casas, siempre se
ha tendido a considerar como propio el lugar donde se habita, aun-
que éste sea temporal. En cualquier estudio sobre el desarrollo de la
humanidad se puede observar como al mismo tiempo que hemos
ido evolucionado culturalmente, hemos ido perdiendo autonomía
con nosotros mismos. Al ser humano no le basta con los recursos de
su propio cuerpo para sobrevivir. Desde el vestido y las herramien-
tas primarias hasta la actual dependencia informática, toda nues-
tra evolución ha ido acompañada de cosas, de objetos de mayor o
menor importancia que nos han hecho no solo seres pensantes sino
seres «acumulantes’, poseedores. Todas las cosas que necesitamos
confluyen en los sitios de los que también dependemos, y allí son
guardadas, protegidas; lugares que por su presencia definen y mar-
can nuestro territorio y configuran nuestra estancia.
En la actualidad el ser humano pasa buena parte de sus días en su pro-
pio espacio, en su propia casa o habitación, Este lugar, a diferencia de
otras épocas, se encuentra normalmente demasiado intervenido.
Objetos, libros, imágenes, innumerables cosas que adquieren una
disposición propia y que hacen que el lugar se acople a nuestro
carácter para acabar marcando una singularidad. Si cada uno tene-
mos una personalidad propia, el espacio que habitamos también la
posee.
Conocer el lugar de alguien es conocer mucho de él. El interior de
nuestra casa es el umbral de lo público y lo íntimo. Las casas las
compartimos con otros cercanos o ajenos que por múltiples causas
entran y salen de ellas. Sin embargo su interior sólo nos pertenece
a nosotros, los que hemos decidido que hay aquí o allí o los que sin
haber decidido apenas nada convivimos con una intensidad parti-
cular de luz, con un caos propio, con una presencia propia y sólo
válida a nuestros ojos y hábitos.
Somos nuestras cosas, vivimos siempre proyectados en ellas y
hemos acoplado nuestra existencia a favor de ellas.
Necesitamos un espacio propio. No se entiende íntegra a la perso-
na que no tiene su propio lugar y que por ejemplo pasa la vida de
hotel en hotel. Se puede considerar que esa persona está exenta de
ese tipo de alma. Las cosas que tenemos suponen un contrapunto
entre el exterior y el interior. Soportan impasibles nuestro cambios
y, aunque alteren su disposición o acaben arrinconadas en cajas o
incluso en la basura, suponen un acicate para la memoria.
Nuestra memoria puede estar pendiente de todo aquello que ha
habitado a través de las esencias de vida proyectadas en esas sim-
ples cosas. Desgraciadamente no andamos por la vida de la misma
forma que andamos por casa, donde todo nos pertenece y no senti-
mos la necesidad de agarrarlo.
La casa ahora, al igual que el ser humano, está abarrotada.
Demasiadas cosas de distinta naturaleza que llegan a nosotros a
través de la necesidad de poseer que este mundo nos marca, la
necesidad de consumir, de tener para ser.
La recreación en las simples cosas ha estado reflejada en la creación
artística humana de forma progresiva a la propia emancipación de
la independencia individual. Interiores y bodegones han configura-
do un género propio. Pero para buscar precedentes a los trabajos
presentes en esta exposición sólo nos siven los que están cargados
de naturalidad. La pintura flamenca desde el siglo XV, algunas
escenas barrocas, los dibujos o apuntes de las cosas cotidianas, los
versos a un objeto cercano… hasta culminar en el sabor de una
magdalena o una bola de cristal con un paisaje con nieve en su inte-
rior. El arte ha sabido reflejar en innumerables ocasiones el valor de
la contemplación de las cosas cercanas. Lejos de la simbología,
valor marcado por un proceso cultural, nuestras cosas son en
muchas ocasiones parámetros de sentimientos, de sensaciones, de
pautas de vida. A veces miramos su opacidady vemos un espejo, un
reflejo propio que sólo es posible a nuestros ojos y fuera de ellos es
nada, es una cosa simple.
Los seis trabajos que aparecen en la exposición son»cosas de casa
de cada uno de los autores. Son obras que parten de la contempla-
ción y posterior reflexión sobre todo lo que le es propio a cada uno.
Seis geograffas personales definidas a través de la mirada y fijadas
a través del tamiz que supone la técnica fotográfica.
Agustín Martín Francés ( Madrid, 1959) realiza «Desayunos» en un
momento en el que tras una larga convivencia con otra persona, se
encuentra solo en su casa. Cuando no hay alguien a quien mirar,
miramos las paredes y las cosas mucho más, quizá pensamos y
sobre todo divagamos mucho más y nuestros ojos se posan conti-
nuamente en las cosas que nos envuelven. «Desayunos» es un ejer-
cicio de intimidad y soledad. Durante casi dos años el autor, a tra-
vés de la fotografía, ha desayunado diariamente consigo mismo.Ha
conversado con toda su vida y toda su memoria en el proces
tomar un descafeinado soluble con cualquier dulce. Casi todo es posible
o aparece reflejado en los cientos de imágenes que compo-
el trabajo completo.
Fran López Bru (Elche, 1959) configura un autorretrato con todas
las cosas de su casa que le son propias. El peine rojo, la diadema, el
gorro rosa de la ducha, el dinosaurio de tela, los pendientes de luna-
res, el cenicero azul, el zapato rojo de tacón… tantas cosas que de
tanto usarlas y tanto verlas son uno mismo. Estos objetos aparecen
aislados sobre un fondo claro y siempre se muestra en series: dis-
tintos aspectos de un retrato propio. Al mismo tiempo la autora
juega con esas cosas y construye escenograffas donde lo inerte
toma vida, aunque vida forjada y retenida a través del instante
fotográfico.
David Jiménez (Alcalá de Guadaira, 1970) realiza un ejercicio
más sencillo de contemplación del espacio vital. Este trabajo, el
más poético de la exposición, es una captura de momentos
intranscendentes en la propia vida. Las cosas que se disponen
libremente en su cotidianidad, las luces de momentos precisos, los
tiempos retenidos, el paisaje desde la ventana o el cielo desde el
balcón. Imágenes pequeñas como minúsculos miradores de sensa-
ciones íntimas.
Jorge Lens (Vigo, 1967) realiza un trabajo parecido al anterior
pero en este caso el intimismo de las escenas tiene otras connota-
ciones. Así, las cosas o los espacios concretos fijados recobran una
autonomía propia y ofrecen una visión particular donde lo lúdico
parece confluir con lo mágico. Una casa sencilla convertida en un
lugar de ensueños únicamente con el ejercicio de la mirada.
Mundos propios viviendo en un único mundo que forman esas
cuatro habitaciones.
Pedro Gómez (Madrid, 1968) no ha reflejado su espacio diario coti-
diano sino un espacio familiar que, aunque ya lejano, le pertenece
a la memoria como propio. La casa de la abuela donde uno ha pasa-
do parte de su infancia y ha sentido como origen de uno mismo y
habitáculo de sus raices es aquí mirada con cierto orden y respeto.
Parece que todo siempre ha sido así. En este lugar apenas sobran
cosas; nada es superfluo e incluso la luz mantiene una armonía que
confiere a este lugar propio lejano una paz que no está presente en
los lugares que actualmente creamos y vivimos.
Jana Leo (Madrid, 1965) con «Ositos» da vida a unos habitantes
especiales de su casa: Pumbi y Lunita que vivían con ella, cuatro
ositos de peluche y una muñeca de plástico. Baby, Cody, Chin,
Chocolate y Susi viven a sus anchas en la casa de Jana. De esta
forma, tienen una vida propia y realizan actividades similares a las
de cualquier ser humano. Estos muñecos también posan para la
cámara y se dejan retratar.
Cada casa tiene sus cosas. Aquí sólo se muestran seis cosas de seis
casas. Cada persona tiene sus COsas y con ellas sus secretos y su
alma. El contrapunto de estos autores es el de los miles de espec-
tadores que pueden ver esta exposición y reflexionar sobre su pro-
pio lugar y descubrir que también ellos tienen en su cotidiano
«andar por casa» donde sin apenas percibirlo son proyectados tan-
tos sentimientos. Nos pasamos la vida reflejándonos en estas cosas
y de esta forma conseguimos aumentar nuestra propia presencia.
Sin ellas nos encontramos solos y las añoramos incluso en su inuti-
lidad. Nuestras cosas se han convertido en reliquias de nuestra pro-
pia existencia.